Comentario
De una muy grande armada que hizo el adelantado don Pedro de Alvarado en el año de 1537
Razón es que se traiga a la memoria y no quede por olvido una muy buena armada que el adelantado don Pedro de Alvarado hizo en el año de 1537 en la provincia de Guatemala, donde era gobernador, y en un puerto que se dice Acaxutla, en la banda del sur, y fue para cumplir ciertas capitulaciones que con su majestad hizo la segunda vez que volvió a Castilla, y vino casado con una señora que se decía doña Beatriz de la Cueva; y fue el concierto que se capituló con su majestad, que el adelantado pusiese ciertos navíos y pilotos y marineros y soldados y bastimentos, y todo lo que hubiese menester, a su costa, para enviar a descubrir por la vía del poniente a la China o Malucos u otras cualquier islas de la Especiería, y para lo que descubriese, su majestad le prometió en las mismas tierras que le haría ciertas mercedes y daría renta en ellas; y porque yo no he visto lo capitulado, me remito a ello, y por esta causa lo dejo de poner en esta relación. Y volviendo a nuestra materia, y es que, como siempre el adelantado fue muy servidor de su majestad, lo cual se pareció en las conquistas de la Nueva-España e ida del Perú, y en todo puso su persona, con cuatro hermanos suyos, que sirvieron a su majestad en lo que pudieron; y en esto de ir a lo del poniente con buena armada, se quiso aventajar a todas las armadas que hizo el marqués del Valle, de las cuales tengo hecha larga relación en los capítulos que dello hablan; y esto que digo es porque puso en la mar del Sur trece navíos de buen porte, y entre ellos una galera y un patache, y todos muy bien abastecidos, así de pan como de carne y pipas de agua, y todo bastimento que en aquella sazón pudieron haber, y muy bien artillados, y con buenos pilotos y marineros, los que habían menester. Pues para hacer tan pujante armada, y estando tan apartados del puerto de la Veracruz, que son más de doscientas leguas hasta donde se labraron los navíos, que en aquella sazón de la Veracruz se trajo el hierro para la clavazón y anclas y pipas, y otras muchas cosas pertenecientes para aquella flota, gastó en ellas más millares de pesos de oro que en Castilla se pudieran gastar aunque se labraran en Sevilla ochenta navíos; y fueron tantos los gastos que hizo, que no le bastó la riqueza que trajo del Perú, ni el oro que le sacaban de las minas en la provincia de Guatemala, ni los tributos de sus pueblos, ni lo que le presentaron sus deudos y amigos y lo que tomó fiado de mercaderes; e ya que en aquella sazón se quisiera ayudar de traer anclas e hierro y otras muchas cosas pertenecientes para los navíos, desde el Puerto de Caballos no venían navíos ni mercaderes, ni se trataba aquel puerto en aquella sazón como ahora. Volvamos a nuestra relación: que aun no es nada los pesos de oro que gastó en los navíos para lo que dio a capitanes y alférez y maeses de campo y a seiscientos y cincuenta soldados, y los muchos caballos que entonces compró, que valían los buenos a trescientos pesos, y los comunes a ciento y cincuenta y a doscientos, pues arcabuces y pólvora y ballestas y todo género de armas fueron tan excesivos gastos, los cuales se podrán colegir; y fueron tan altos los pensamientos que tuvo de hacer gran servicio a su majestad, y descubrirle por el poniente la China o Malucos y Especiería, y aun de conquistar algunas islas della, y a lo menos dar traza que por la parte de su gobernación hubiese el trato della, pues que aventuraba toda su hacienda y persona. Pues ya puesto a punto sus naos para navegar, y en cada una sus estandartes reales, y señalados pilotos y capitanes, y dadas las instrucciones de lo que habían de hacer y derrotas que hablan de llevar, y las señas de los faroles para de noche, y a todos los soldados, como dicho tengo, que fueron sobre seiscientos y cincuenta, con más de doscientos caballos; y después de oído misa del Espíritu Santo, el mismo adelantado por capitán general de toda su armada, dan velas en ciertos días del año de 1538, y fue navegando por su derrota hasta el puerto de la Purificación, que es en la provincia de Xalisco, porque en aquel puerto había de tomar agua y más soldados y bastimento. Pues como supo el virrey don Antonio de Mendoza desta tan pujante armada, que para en estas partes era muy grande, y de los muchos soldados y caballos y artillería que llevaba, tuvo por muy gran cosa de cómo pudo juntar y armar trece navíos de la costa del sur, y allegar tantos soldados, estando tan apartado del puerto de la Veracruz y de México: es cosa de pensar en ello a las personas que tienen noticias destas tierras y saben los gastos que hacen. Pues como el virrey don Antonio de Mendoza supo y se informó que era para descubrir la China, y alcanzó a saber de pilotos y cosmógrafos que se podía descubrir muy bien por el poniente, y se lo certificó un deudo suyo que se decía Villalobos, que sabía mucho de alturas y del arte de navegación, acordó de escribir desde México al adelantado con ofertas y buenos prometimientos para que se diese orden en que la armada hiciese compañía con él: para lo efectuar fueron a hacer el concierto don Luis de Castilla y un mayordomo mayor del virrey, que se decía Agustín Guerrero; y después que el adelantado vio los recaudos que llevaban para hacer concierto, y bien platicado sobre el negocio, se concertó que se viesen el virrey y el adelantado en un pueblo que se dice Chiribitio, que es en la provincia de Michoacan, que era de la encomienda de un Juan de Alvarado, deudo del mismo adelantado; y como el virrey supo adonde se habían de ver, fue en posta desde México al pueblo por mí nombrado, donde estaba el adelantado aguardando al virrey para hacer la plática, y allí se vieron, y concertaron que fuesen entrambos a dos a ver la armada, y luego fueron, y cuando lo hubieron visto, se volvieron a México, para desde allí enviar capitán general de toda la flota; y el adelantado quería que fuese un deudo suyo por general, que se decía Juan de Alvarado (no digo por el de Chiribitio, sino otro su sobrino), que tenía indios en Guatemala; y el virrey quería que fuese juntamente con él un fulano de Villalobos; en este tiempo tuvo mucha necesidad el adelantado de venir a su gobernación de Guatemala a cosas que le convenían, y lo dejó todo aparte por estar presente en su armada, y fue al puerto de la Natividad por tierra, donde en aquella sazón estaban todos sus navíos y soldados, para que por su mano fuesen despachados; e ya que estaban para se hacer a la vela, le vino una carta que le envió un Cristóbal de Oñate, que estaba por teniente de gobernador de aquella provincia de Xalisco, por ausencia de Francisco Vázquez Coronado, que había ido por capitán a "las siete ciudades" que llaman de Cibola, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y lo que en la carta el Oñate le decía era que, pues en todo era gran servidor de su majestad, en este caso que ahora ha ocurrido se parecerán muy mejor sus servicios; que por amor de Dios, que luego con brevedad le vaya a socorrer con su persona y soldados y caballos y arcabuceros, porque está cercado en parte que si no son socorridos no se podrá defender de muchas capitanías de indios guerreros que están en unas fuerzas y peñoles que se dicen de Nochitlan, y que han muerto a muchos españoles de los que estaban en su compañía, y se temía no le acabasen de desbaratar; y le significó en la carta otras muchas lástimas, y que a salir los indios de aquellos peñoles e fortalezas victoriosos, la Nueva-España estaba en gran peligro. Y como el adelantado vio la carta, y en ella las palabras que dicho tengo, y otros españoles le dijeron en el peligro en que estaban, luego mandó juntar sus soldados, así de caballo como arcabuceros y ballesteros, y fue en posta a hacer aquel socorro; y cuando llegó al real estaban tan afligidos los cercados, que si no fuera por él, según se vio, los mataran los indios, y con su llegada aflojaron algo y no que dejasen de dar muy bravosa guerra; y estando peleando entre unos peñoles un soldado, pareció ser que el caballo en que iba se le derriscó, y vino rodando por el peñol abajo con tan gran furia y saltos por donde el adelantado estaba, que no se pudo apartar a cabo ninguno, sino que el caballo le encontró de arte, que le maltrató y le quebrantó todo el cuerpo, porque le tomó debajo, y fue de tal manera, que se sintió muy malo, y para guarecerle y curarlo, creyendo que no fuera tanto el quebramiento, le llevaron en andas a curar a una villa, que era la más cercana de aquellos peñoles, que se dice la Purificación; e yendo por el camino se comenzó a pasmar, y llegado a la villa, de ahí a pocos días, después de se haber confesado y comulgado, dio el ánima a Dios nuestro señor, que la crió. Algunas personas dijeron que hizo testamento, y no ha parecido. Falleció aqueste caballero por sacarle luego del real, que si de allí no le sacaran y le curaran como era razón, no se pasmara; y a todas las cosas que nuestro señor hace y ordena démosle muchas gracias y loores por ello; pues ya es fallecido ¡perdónele Dios! En aquella villa le enterraron con la mayor pompa que pudieron; y después he oído decir que Juan de Alvarado, el encomendero de Chiribitio, llevó sus huesos de donde estaban enterrados al mismo pueblo de su encomienda, y mandó hacer muchas honras y misas y limosnas por su ánima. Pues como se supo su muerte en el real de Nochitlan y en su flota y armada, como no había capitán general ni cabeza que los mandase, muchos de los soldados se fueron cada uno por su parte con las pagas que les dieron; y cuando a México llegó esta nueva, todos los más caballeros, juntamente con el virrey, la sintieron; y como faltó el adelantado, luego en posta envían por el virrey para que les vaya a socorrer, y el virrey no pudo ir luego, y envió al licenciado Maldonado, e hizo lo que pudo en aquel socorro; y luego fue el virrey y llevó todos los soldados que pudo allegar, y quiso Dios que venció a los indios de los peñoles, y desbaratados, se volvieron a México a cabo de muchos días que en esta guerra estuvieron con gran trabajo. Dejemos aquel socorro que el adelantado hizo, pues a todos los cercados ayudó, y él murió del arte que ya he dicho; e quiero decir que, como se supo en Guatemala de su muerte, la tristeza y lloros que hubo en su casa, y su querida mujer doña Beatriz de la Cueva rompía la cara y se mesaba los cabellos, juntamente con sus damas y doncellas que tenía para casar; pues su amada hija y señores hijos, y un caballero, yerno suyo, que se dice don Francisco de la Cueva, primo segundo del duque de Alburquerque, que dejaba por gobernador de aquella provincia, tuvieron mucho pesar, y todos los vecinos conquistadores hicieron sentimiento y le hicieron solemnes honras, porque el obispo don Francisco Marroquín, de buena memoria, sintió mucho su muerte, y con toda la clerecía y cera y pompa que pudieron rogaban a Dios por su ánima cada día; y en esto de las honras puso el obispo gran solicitud. Y también quiero decir que un mayordomo del adelantado, por mostrar más tristeza por la muerte de su señor, mandó que se entintasen todas las paredes de las casas con un betún de tinta que no se pudiese quitar. Y también oí decir que muchos caballeros iban a consolar a la señora doña Beatriz de la Cueva, mujer del adelantado, porque no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, pues que dello fue servido; y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y como las mujeres son tan lastimosas por lo que bien quieren, y que deseaba morirse y no estar en este triste mundo con tantos trabajos: traigo aquí esto a la memoria por lo que el cronista Francisco López de Gómara dice en su crónica, que dijo aquella señora que ya no tenía nuestro señor Jesucristo en qué más mal la pudiese hacer de lo hecho, y por aquella blasfemia fue servido que desde a pocos días vino en esta ciudad una tormenta y tempestad de agua y cieno y piedras muy grandes y maderos muy gordos, que descendió de un volcán que está media legua de Guatemala, que derribé toda la mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, mujer del adelantado, estando en una recámara rezando con sus damas y doncellas, que las tomó a todas debajo, y las más se ahogaron. Y en las palabras que dijo el Gómara que había dicho aquella señora, no pasó como dice, sino como dicho tengo; y si nuestro señor Jesucristo fue servido de la llevar deste mundo, fue secreto de Dios; de la cual avenida y terremoto diré adelante en su tiempo y lugar; y quiero ahora referir otras cosas que son muy de notar: que con haber servido el adelantado tan bien a su majestad, y con sus cuatro hermanos, que se decían Jorge y Gonzalo y Gómez y Juan, y todos Alvarados, cuando falleció, como dicho tengo, no les quedaron a sus hijos e hijas ningunos pueblos de los que tenía en su encomienda, habiéndolos él ganado y conquistado, y haber venido a descubrir esta Nueva-España con Juan de Grijalva y después con Cortés. Pues digamos ahora a dónde murieron él y sus hijos y mujer y hermanos, que es cosa de mirar en ello. Ya he dicho que murió en lo de Nochitlan, y su hermano Jorge de Alvarado en la villa de Madrid, yendo a suplicar a su majestad le gratificase sus servicios, y esto fue en el año de 1540; y el Gómez de Alvarado en el Perú; el Gonzalo de Alvarado no se me acuerda si murió en Guaxaca o en México, el Juan de Alvarado yendo a la isla de Cuba a poner cobro en la hacienda que dejó en aquella isla. Pues sus hijos, el mayor, que se decía don Pedro, fue a Castilla en compañía de un su tío que se decía Juan de Alvarado el mozo, vecino que fue de Guatemala, e iba a besar los pies del emperador nuestro señor y traerle a la memoria los servicios de su padre; y nunca más se supo nueva dellos, porque creyeron que se perdieron en la mar o los cautivaron moros. Pues don Diego, el hijo menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Pues doña Beatriz, su mujer, ya he dicho dos veces cómo la tormenta la llevó deste mundo, a ella y a otras señoras que estaban en su compañía. Tengan ahora más cuenta los curiosos lectores desto que aquí tengo referido, y miren que el adelantado murió solo sin su querida mujer y amadas hijas, y la mujer sin su querido marido, y los hijos el uno yendo a Castilla y el otro en una batalla en el Perú, y los hermanos según y de la manera que dicho tengo. Nuestro señor Jesucristo los lleve a su santa gloria, ¡amén! Ahora nuevamente se han hecho en esta ciudad de Guatemala dos sepulcros junto al altar de la santa iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don Pedro de Alvarado, que están enterrados en el pueblo de Chiribito, y traídos que sean a esta ciudad, enterrarles en el un sepulcro, y el otro sepulcro es para que cuando Dios nuestro señor sea servido llevar desta presente vida a don Francisco de la Cueva y doña Leonor de Alvarado, su mujer, e hija del mismo adelantado, enterrarse en ellos; porque a su costa traen los huesos de su padre y mandaron hacer el sepulcro en la santa iglesia, como dicho tengo. Dejemos esta materia, y volveré a decir en lo que paró la armada, y es, que después que murió, como he referido, dende a un año, poco más o menos tiempo, Mendoza mandó que tomasen ciertos navíos, los mejores y más nuevos de los trece que enviaba el adelantado a descubrir la China por la banda del poniente, y envió por capitán de los navíos a un su deudo, que se decía fulano de Villalobos, y que se fuese la misma derrota que tenía concertado de enviar a descubrir; y en lo que paró este viaje yo no lo sé bien, y a esta causa no doy más relación dello; y también he oído decir que nunca los herederos del adelantado cobraron cosa ninguna, así de navíos como de bastimentos, sino que todo se perdió. Dejemos esta materia, e diré lo que Cortés hizo.